jueves, 13 de junio de 2013

UN CASO DE BULLYING: “No nos gustan las lentejas”. por Mercé Traveset


El caso me es derivado por la directora, que recibe a la madre de una alumna de tercero de ESO (Educacion secundaria obligatoria) que le explica que su hija desde hace varias semanas está siendo objeto de insultos por parte de unas chicas que antes eran sus amigas. La insultan por la calle, por el Messenger y en el instituto. Le dicen: “No nos gustan las lentejas”, porque la chica es muy pecosa. La madre quiere denunciarlas, si no cambian de actitud, porque su hija ya no se atreve a salir a la calle y no quiere ir al instituto. Se le ofrece la posibilidad de una intervención desde el centro y aceptan la propuesta tanto la madre como la hija.

La alumna acude a mi despacho acompañada de una amiga. Me explica los hechos, y se la ve muy enfadada. Le pregunto si ella atribuye lo que ocurre a alguna situación y cuál es su relación con las supuestas agresoras. Me explica que desde hace unas semanas sale con un chico que es de otro pueblo (el instituto acoge a alumnos de diferentes pueblos y culturas diversas), y que las que la insultan son sus antiguas amigas: se meten con ella porque va con los del otro pueblo y la llaman “traidora”.
Explica que va con quien quiere, que no le gusta nada su barrio y que si pudiera se iría de allí (la amiga que la acompaña es la hermana del novio, que ahora es su íntima amiga). Le señalo que si yo fuera sus padres me sentiría muy mal de oírla hablar con tanto desprecio del barrio donde vive, donde tiene su casa. Le digo que su barrio forma parte de su historia, y que es el lugar que han escogido sus padres para vivir, y eso debe respetarlo. Le comento que ese desprecio a ella no le hace bien y que la debilita.
Con esta intervención trato de poner la mirada en su propia historia y en sus raíces más que en el problema concreto que ella trae. Con esto pretendo que se ponga en contacto con sentimientos primarios y profundos.
Le pregunto si tiene algún recuerdo agradable de su vida en ese barrio, en la escuela ycon sus compañeras de la infancia. Le pido que cierre un momento los ojos y visualice alguna situación. Al poco rato me dice que sí, que ha visto la escuela de Primaria y que recuerda las salidas, las excursiones, las colonias y que lo pasaba muy bien. Continúo diciéndole que visualice la cara de las amigas que la acompañaban. Le pregunto quiénes eran, y si alguna de ellas coincide con las que ahora la insultan. Me contesta que son las mismas y que por eso le duele tanto que ahora no respeten sus decisiones.
Le digo que a ellas posiblemente también les duela que las desprecie y que se avergüence de su barrio y que hable así. Eso también es una agresión a su familia y a las personas que han formado parte de su vida.
Aquí trato de hacerle ver que ella no es sólo la pobre víctima, sino que con sus actitudes está siendo bastante hostil con su entorno y con su pasado.
Le aclaro que de ninguna manera es correcta ni justificable la actuación de sus antiguas amigas, pero que si queremos resolver el conflicto tenemos que bucear hacia el fondo que lo está provocando. Le explico la estrategia que voy a seguir: llamaré a sus antiguas amigas, escucharé su versión a solas, al igual que ella ha tenido su espacio. Posteriormente las reuniré a todas y haremos una mediación. Me dice que está de acuerdo.
Llamo a las supuestas agresoras: son cuatro, están muy enfadadas, dicen que es una chula y que pasa de ellas; me confirman que están muy dolidas con ella. Les digo que su dolor es legítimo pero que su forma de actuar es inadmisible y que el instituto no lo va a permitir.
Aquí les hablo del orden y la ley, y les propongo la vía del diálogo para resolver el conflicto de una forma positiva con su colaboración.
Primero no quieren hablar con ella para nada, pero a medida que les explico que entiendo su dolor y su rabia, y que ellas también se han sentido agredidas por la actitud de su antigua amiga, se van calmando: ya no sólo son las agresoras sino también las víctimas.
La estrategia tanto con la víctima como con las agresoras es romper la disociación de “buenos y malos” y conectar con los sentimientos propios más primarios.
Tras esta entrevista reúno a ambas partes: entran sin hablarse ni mirarse, se sientan y se hace el silencio. Comienzo explicando a cada parte lo que hemos hablado y ellas confirman que es cierto. Les propongo avanzar un paso más y que cada parte exprese sus necesidades.
La víctima dice: “Que me dejen en paz y respeten mis decisiones, porque yo voy con la gente que quiero”.

- Y las agresoras: “Que no nos mire tan mal, que no se haga la chula, que no somos apestadas”.

Les expreso que voy a verbalizar las necesidades que percibo en el fondo y que les voy a poner palabras:
- A la víctima: ellas necesitan ser reconocidas, que les des un lugar, ya que forman parte de tu historia de vida.
- A las agresoras: ella necesita que respetéis su libertad de movimientos y sus decisiones.
Con este mensaje les pido que se miren a los ojos y observen qué pasa. Se quedan en silencio, están emocionadas, especialmente una de las agresoras. Les pregunto a todas si sienten que está bien así y si podemos dar por concluida esta situación: todas asienten y se marchan.

Desde entonces no hay más insultos, incluso alguna de ellas la saluda por el pasillo, pero no vuelven a ser amigas.

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